La pura verdad

A diferencia de otras épocas, esta que nos toca vivir parece cambiar vertiginosamente. Torrentes impetuosos de información cruzan el mundo para ser interpretados en el otro confín en cuestión de milisegundos. La cantidad de datos es abrumadora. Fugazmente nos enteramos que existe gente que hace o piensa cosas que nosotros no imaginábamos, siquiera, la posibilidad. Se nos presenta una variedad de ideas tan inmensamente grande que no intentamos poner orden a todo ese arrebato de pensamientos confusos. La vorágine informativa hace que nos preocupemos más o menos sinceramente por alguna noticia, pero sólo hasta que otra noticia, más nueva, vuelva a preocuparnos más o menos sinceramente.

Juzgamos hechos e ideas y a sus responsables según un abanico -tal vez amplio- de creencias y verdades adquiridas a lo largo de nuestra historia personal. Con ellas tratamos de representar el mundo que nos rodea de la mejor manera posible para obrar en consecuencia, beneficiar y beneficiarnos.

En el largo camino del aprendizaje aceptamos de buen talante misteriosas ideas de otros que nos dicen que eso que nos parecía nuevo no es más que un ejemplo raro de algo que ya conocíamos. Las piezas encajan, lo que ellos dicen coinciden más o menos con nuestra base de conocimientos y nunca volveremos a preguntarnos si hay alguna otra explicación, radicalmente distinta a la que acabamos de aceptar que sea más verdadera, más armoniosa con la realidad.

Necesitamos la verdad, aunque sea a medias. Engaños y equivocaciones siempre cuestan mucho, tanto que a veces no hay dinero en el mundo que pague un desandar del camino, porque a menudo la vida es tozudamente irreversible y casi siempre es demasiado tarde para arrepentirnos, cualquiera sea el momento.

¡Pero vamos!, no tenemos tiempo de construir teorías acerca del mundo, ni sabríamos como hacerlo. ¿Bastaría, acaso, sólo con leer libros?, ¿alcanzaría con atender a las palabras del sabio, o deberíamos proveernos de algunas herramientas extra?

Y después de todo, ¿en qué nos ayudaría seguir áridos procesos intelectuales en la inmediatez cotidiana? ¿Podríamos, por ejemplo, lograr un aumento de sueldo, cambiar el auto u otra de esas cosas importantes? ¿o sólo alcanzaría para el inocuo objetivo de ver la realidad desde una perspectiva distinta?

Hay buenas noticias. Si uno empieza a ver algún sector del mundo por uno mismo, aunque sea una pequeña parcela, no es raro que se le haga un hábito y quiera extenderlo a otros campos. Y eso agiliza el cerebro. Meterá mucho la pata, eso sí, porque no conoce lo suficiente, pero la humildad de reconocer errores junto a la ambición por saber conforman una dupla exitosa.

¿Y nos darán un aumento de sueldo? al fin y al cabo siempre hubo sabios pobres. Sí ¿y qué? también hay ricos ignorantes, y nadie dice nada. Si alguien cree que el objetivo de la vida es utilizar cada minuto de su existencia para hacer dinero, esta entrada de bitácora no es para él (aunque es improbable que la esté leyendo, porque leerla no le reportará beneficios económicos).

Leer libros, los correctos, siempre es bueno, claro, pero no alcanza. Las palabras del sabio pueden ayudar en algún tramo, pero no por siempre jamás. Debemos ser amos no esclavos de las ideas de los otros decía Guido Beck. Esas ideas de los otros son los hombros de gigantes, pero son de ellos y ya están pensadas. Parados allí tenemos que ver dónde llega nuestra vista.

Casi siempre confundimos el saber con la sensación psicológica de entender, y eso es peligroso porque conduce al estancamiento, al conservadurismo, a la persistencia del error. Porque, digámoslo ya, todo conocimiento (de cualquier persona y en cualquier época) es conocimiento errado. Lo importante, en consecuencia, es poner todo el empeño en disminuir el error antes que encontrar la verdad última y final, objeto del pensamiento que tal vez sólo sea una quimera.

Pero esto no quiere decir, como sostienen los estúpidos posmodernos, que la verdad no exista. Que haya grados de correspondencia entre una idea y el mundo no implica, de ninguna manera, que dicha correspondencia sea arbitraria o alocada. La disminución del error es un buen objetivo porque hace que estemos más cerca de la verdad, no porque nos interesen los tropezones.

Al final, ver la realidad de una perspectiva distinta, la nuestra, quizá no sirva para que nos aumenten el sueldo, ni para que logremos comprarnos un auto último modelo, pero en ningún lugar está escrito que si uno conoce el mundo necesariamente deba dominarlo. Sin embargo, para dominarlo un poco hace falta conocerlo un mucho.

Comentarios