Cuando el Estado se encuenta contaminado de un profundo analfabetismo científico, provoca que la ciencia no se desarrolle de acuerdo con los criterios que emanan de su epistemología, sociología y fronteras del conocimiento, sino que se distorsione para adecuarse a las exigencias administrativas.Marcelino Cereijido
¿Pero qué ocurre cuando lo que falta son los conocimientos aportados por la ciencia? ¿Alguien nota la ausencia? Es un tópico que los políticos aparte de ser analfabetos científicos no saben que cosa es la ciencia -les cuesta mucho distinguirla de la tecnología, por ejemplo-, pero lo más grave es la consecuencia: no sabrían que hacer con ella aunque fuera la mejor del mundo.
Los discursos gubernamentales acerca de su deseo por apoyar a la ciencia denotan la falta de compromiso por integrar la actividad científica en la resolución de los problemas de un país. La ciencia no es un adorno que hay que embellecer o cuidar, un simple producto de la Universidad al que sacarle lustre o un juguete de niños ricos, es una actividad importante dentro de otras actividades importantes llevada a cabo por expertos cuyo objetivo específico es solucionar problemas de conocimiento y, por lo tanto, debería estar íntimamente entreverada en la resolución de los problemas de Estado. Por sus profundos problemas sociales y económicos, decía el premio Nobel Abdus Salam, nuestros pobres países no pueden darse el lujo de no hacer ciencia.
La pretensión de resolver problemas sin conocimientos es tan absurda como la de creer que los conocimientos surgirán a flor de tierra justo cuando nuestro capricho lo desee, a condición, quizá, de regarlos con la suficiente cantidad de dinero.Es ridículo pensar que la creatividad pueda comprarse como se adquieren las hortalizas en un supermercado, porque las soluciones científicas cada vez dependen menos de talentos individuales aislados y más de los vínculos fluidos entre científicos, cuya elaboración cuesta mucho tiempo y esfuerzo y, por supuesto, excede cualquier marco contractual. Por eso, la visión economicista es incompatible con el desarrollo científico, basado en el talento, la libertad y el libre intercambio de información.
Hoy BioMaxi se quejaba de la visión obtusa de los funcionarios de un país desarrollado como Holanda. Su argumento era que del hecho de que sin organización el progreso de la investigación se dificulta, los burócratas holandeses olvidaban la sustancia y cometían la falacia de asegurar que sólo con una buena organización se tendrían resultados de excelencia.
Pero podemos cruzar estadios de desarrollo, usos horarios y hemisferios, podemos incluso cambiar el argumento organizativo por el económico. La falacia sigue siendo la misma: En su estrechez mental, suponen que las aristas importantes de todo problema son exclusivamente económicas, por lo que la empresa de producir y difundir conocimiento debería, en última instancia, ser manejada por el Ministerio de Economía. De esta manera creen que, cuando llegue el momento de la inversión en ciencias lo único que habrá que hacer es aumentar los sueldos y comprar artefactos.
Cuando pongan plata y vean que los resultados no llegan ni pronto ni tarde, sobrevendrá la desilusión. Muy otra sería la situación si en vez de pagar por algo externo, accesorio y lujoso, los gobiernos se despojaran de la creencia magufa de que se puede obtener algo a partir de la nada y utilizaran la ciencia como la mejor herramienta para resolver los importantes problemas que tienen por delante. Recien entonces, cuando quieran usar el conocimiento en vez de apoyarlo se darán cuenta que no lo poseen.
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