El documental eterno

En las profundidades de Líbano, cerca de la ciudad de Baalbek, hay una estructura colosal que tiene sólo dos ventanas; por una de ellas es posible ver una puerta. Esa puerta, que no es más que una tapa de madera en el piso, oculta otro proyecto desmensurado. Según el libro cuarto de "Viajes de varones prudentes" escrito por Suárez Miranda en 1658, esta historia tiene antecedentes. Durante algún tiempo se creyó posible o útil cartografiar con minucioso detalle todo el Imperio. Los mapas, él mapa, tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Por alguna razón el entusiasmo se acabó pronto y el proyecto fue abandonado.

El secreto que se oculta bajo los suelos de Baalbek parece haber corrido la misma suerte. En las galerías del sótano inmenso hay una increíble red de estanterías, pero apenas un poco más de la sexta parte están repletas con los rollos de una película. El resto, que hace creíble la hipótesis de la deserción colectiva, está vacío. Si uno indaga el contenido de los rollos no verá más que una caótica sucesión de imágenes de personas ejecutando actividades cotidianas. No hay argumento, sólo una aburrida concatenación de imágenes de 15 segundos que muestran individuos ocupados en alguna labor insustancial o simplemente mirando a cámara.


Aceptada la hipótesis de que el proyecto fue abandonado y no simplemente terminado, surge el problema de saber cuál fue la finalidad de los realizadores (sin duda hubo de más de uno) para descubrir, quizá, el motivo del abandono. Conjeturas hay varias, pero la más aceptada actualmente es que se trató de un documental científico acerca de la vida humana. Si nos dejamos llevar por los argumentos de algunos herméticos círculos de historiadores, se trataría de un film sin hipótesis subyacentes, uno que muestra la vida de todas las personas del mundo tal cual son. En realidad, un recorte de 15 segundos de la vida de todas las personas.

Imagen: Tocatch

Si esta conjetura fuera cierta, la resolución del enigma estaría cerca. Soy consciente, sin embargo, que se trata de una solución personal aprendida a medias de un gran profesor y que el tema todavía sigue en candente discusión. El argumento es que no se trata tanto de una dificultad de recursos para seguir adelante con una obra sin dudas faraónica, como a veces se sostiene, sino que los autores tomaron consciencia de que, una vez realizado, el documental no tendría audiencia posible.

Somos aproximadamente 6 mil millones de habitantes en la Tierra y, según datos que pude recabar y que desconocía, 15 segundos de película por ser humano representan un poco menos de siete metros de celuloide por cada uno. Esto implica que la cinta del documental terminado tendría 40 millones de kilómetros. La longitud es inimaginable, pero el depósito de Baalbek podría haberla alojado sin dificultad.

Mi hipótesis se basa no tanto en la longitud y en los costos -que podrían sortearse con donaciones de material y trabajo-, sino en el tiempo que llevaría mirar esta cadena de fragmentos de vida. Si alguna persona quisiera ver el documental completo (y según la filosofía subyacente esto es imprescindible para enteder la vida humana), debería emplear 23.333.333 horas, es decir, unos 2.663 años sin hacer otra cosa que mirar la pantalla. Esta exigencia ya hace mi argumento irrebatible, pero tiene un agravante. Incluso si las tomas se comprimiesen a una décima de segundo y la persona le dedicara un tiempo prudencial de unas 16 horas a la observación, le llevaría casi 29 años terminarla. Sin embargo, para ese tiempo (año 2034) la población de la Tierra habrá aumentado en 2 mil millones, por lo que habría que agregar otros 10 años de filmación.

Sostengo, por lo tanto, que los motivos del abandono del proyecto de Baalbek son similares a los que motivaron que las generaciones posteriores de Cartógrafos del Imperio dejasen de lado la elaboración del Mapa absoluto: La irracionalidad de la inútil empresa.

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